No dispongo de ninguna foto del juguete de mi historia. He tenido que buscar una en la red. Ni siquiera estoy segura de que el modelo con el que yo jugaba fuese este exactamente. Se han hecho tantas versiones! Tantas generaciones lo hemos disfrutado! Pero si no lo era, se le parece mucho.
Es un juguete que yo nunca tuve.
No recuerdo haber tenido esa relación especial con ninguno de los que tenía en
casa. La verdad es que tuve una infancia afortunada. La inmensa mayoría de mis
días libres estaba fuera de la casa en la que vivía, en la ciudad, y mis
juguetes favoritos quedaban haciendo guardia a que llegara el lunes, y con él
el colegio y el ritmo de los días de escuela. Los recuerdos de mis juegos están
llenos de carreras por la playa, piruetas en el agua, escondites oscuros en las
noches de verano y un sinfín de distracciones para las que no necesitábamos
demasiados accesorios, junto a la eterna súplica cada vez que me llamaban para
comer, cenar o dormir: “cinco minutos más, mamá, por favor”. Pero cuando
llegaban los días de lluvia o mal tiempo, tocaba resguardarse.
La mayoría de esos días los
pasaba en compañía de mi mejor amiga de infancia, y uno de nuestras actividades
favoritas era jugar con su fuerte vaquero, las docenas de indios y vaqueros que
lo merodeaban y los aún más numerosos caballos que incluía su colección.
Pocas veces había batallas en nuestro juego. Lo que sí había a menudo eran manadas de caballos salvajes que campaban a sus anchas, lejos de las personitas que hacíamos cobrar vida en todo lo ancho del salón.
Pocas veces había batallas en nuestro juego. Lo que sí había a menudo eran manadas de caballos salvajes que campaban a sus anchas, lejos de las personitas que hacíamos cobrar vida en todo lo ancho del salón.
Durante muchos años no he sabido
cuál fue el final de ese fuerte. Los años de juegos terminaron, crecimos, y
después de más de treinta años de estrecha amistad decidimos separar nuestros
caminos. Sin embargo, a veces la vida da unas sorpresas tremendas. Uno/a nunca
sabe cuándo terminó una historia. Justo ayer decidía que hablaría de este
fuerte, de las horas inventando mil historias dentro y fuera de sus vayas. Y
esta mañana, tras años de desconexión,
he encontrado una solicitud de contacto de mi vieja amiga en una red
social. Le he preguntado, cómo no, por el fuerte (entre otras cosas, por
supuesto). No lo conserva, pero sus recuerdos son tan vivos como los míos. Y su
respuesta, no podía ser otra: “Qué bien lo pasábamos”.
Raquel Querol.
Barcelona.
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